Opiniones contra la huelga las hay a espuertas. Incluso tomando en cuenta sólo las que parecen estar lejos de la influencia del gobierno y patronal, nos encontramos con variedad de argumentos. Desde los que afirman que en el siglo XXI la huelga ya no es el camino de la protesta obrera y que debemos resignarnos a los cambios que impone la crisis, hasta los que consideran que un sólo día de huelga es de una inutilidad tan evidente, que convierte en ridícula a la principal arma de la clase trabajadora.

A los primeros, tal vez habría que decirles que esa exigencia de “adaptación” a la nueva situación económica, derivada del gran fraude financiero internacional, no es ninguna novedad  y que el mensaje, ahora en el siglo XXI no es diferente del que se ha usado para subyugar a la clase  trabajadora en todos los tiempos. Porque, no sólo se nos exige aceptar los recortes de toda índole sino que además se nos pide que no protestemos, que no molestemos. Que aceptemos de buen grado la vuelta a las jornadas interminables y los salarios miserables -­­­­­­si es que alguna vez han desaparecido-, al trabajo precario y sin derechos como única salida al paro, para que “la economía” remonte. ¡Idiotas! La economía somos nosotros y nosotras, no las bolsas, ni los gobiernos, ni la Merkel. Si millones de personas no encuentran trabajo, o con el sueldo que cobran no llegan ni a pagar sus necesidades básicas, la economía estará mal, aunque el Ibex y el Dow Jones y la madre que los parió estén “al alza”.

 

¿Qué carajo nos importa a nosotros “el ánimo” de los mercados? ¿Qué es toda esa palabrería absurda, hecha para conducir a ignorantes? Se nos dirá:  que si las bolsas y los bancos no ganan dinero, que si el sistema no anda “engrasado”, entonces no habrá puestos de trabajo, ni inversión, ni servicios públicos. ¡Idiotas de nuevo! En ningún momento los bancos han dejado de ganar dinero, ni tampoco las grandes empresas, ni el poder financiero. Porque de lo que se trata en realidad, no es de volver a poner la economía “en funcionamiento” sin más, sino de la firme voluntad del capitalismo de hacerlo con estas nuevas reglas, para quedarse con un mayor trozo de la tarta y si es posible, con toda. Y para eso se aprovechan de que la clase  trabajadora está desorganizada, de que la sociedad ha cambiado sus derechos por una tele de plasma, de que cada cual cree que puede defender a solas lo poco que tiene.

Por eso no nos adaptamos, ni nos conformamos ni nos callamos.

Y por eso esta huelga tiene sentido,. Eso sí, si la convertimos en un aviso real y patente de que nos negamos a aceptar este estado de cosas y dejamos claro a quienes quieran oirlo que esta huelga no es el fin, sino el principio.

Por otra parte, los argumentos que consideran que una huelga de 24 horas es impropia e inútil, también merecen una reflexión. Es claro que si se considera el paro como algo testimonial y simbólico, tienen razón. Esta es la forma de actuar de CCOO y UGT, para quienes  esta movilización representa la puesta en escena de una disconformidad apacible y civilizada, algo lógico para unas organizaciones que aceptan el capitalismo y el mercado como un sistema válido y en el que  se mueven como pez en el agua. Unos “sindicatos” que son un ente institucional, una especie de apéndice del Ministerio de Trabajo destinado controlar, domesticar y extinguir a las masas.  No se puede esperar de sus dirigentes nada en absoluto más allá del próximo 29 de marzo. Muchos trabajadores y trabajadoras utilizan estos argumentos, compartidos por una inmensa mayoría -eso sí, silenciosa e inactiva-, para desligarse de la huelga, para justificar su indiferencia, en el mejor de los casos, y en otros, para apoyar su animadversión contra cualquier organización sindical o movilización que se proponga.

Pero precisamente, son la huelga y las movilizaciones las que nos permiten a los y las trabajadoras mostrarnos en la calle, hacernos visibles y dejar en evidencia a los que confunden lucha sindical con poder institucional y negociación con negocio.

Es el momento de desbordar sus pretensiones para esta huelga, de romper su burbuja acristalada con la presencia masiva en la calle, de hacer que el éxito de esta movilización y de las que vengan reviente el corsé de este sindicalismo pactista y estéril.

¿Un día de huelga es poco? Es cierto. Es evidente que el gobierno no va a variar su postura por un día en el que el país no funcione. Digámosle entonces al gobierno que el 29 M es sólo el comienzo. El éxito en la huelga debe servir para convocar la siguiente movilización, sin darnos -ni darles- un minuto de respiro. Y en la siguiente, vayamos a por más. Porque de nada sirve engañarse pensando en que todo lo que hay por debajo de la huelga indefinida es inútil por definición y   evitar mojarse en movilizaciones más modestas.

 

Aunque no es fácil darse cuenta, tenemos que pensar que con cada movilización, cada acto, cada reivindicación, somos nosotros  y nosotras las que estaremos marcando la intensidad de los recortes y reformas que vendrán en el futuro.

 

Si han podido hacer ésta y las anteriores reformas, es porque les hemos dejado, porque  hemos renunciado a nuestra responsabilidad y nuestro derecho a defendernos, a cambio de un nivel de consumo y una comodidad que ahora se esfuman. Es como si alguien nos hubiera dado vino barato a raudales y estando ya borrachos, borrachas del todo, nos hubiera robado la cartera y, además, se hubiera llevado el vino.

 

Ahora, tenemos que demostrarles que ningún vino nos emborracha lo suficiente como para no despertar. Y devolver el golpe.

Por admin

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